jueves, 16 de octubre de 2008

Una verdadera LIBERTINA

“Tengo ochenta y dos años.
Nací en Nantes y vivo en Frankfurt.
Nunca fui al colegio, estudié en casa.
Soy viuda, estuve casada durante 40 años.
No tuve hijos: odio a los niños.
No soy ni de derecha ni de izquierda, no me interesa la política.
Detesto a las feministas.
Soy atea.
He escrito unos 14 libros.”

Con estas líneas, Gabrielle Wittkop se presentaba el pasado mes de agosto en las páginas de un periódico catalán con motivo de la publicación en castellano de Serenísimo asesinato (Anagrama), su última novela. Desde el 22 de diciembre esta minibiografía podría hacer las veces de epitafio: enferma de un cáncer de pulmón, la escritora franco-alemana resolvió matarse.

Quienes la vieron contar años atrás –con voz nasal y afectación aristocrática– la planificación del suicidio de su marido, cómo ella había escuchado la determinación del esposo y dado su consentimiento, cómo él preparó la copa de veneno y ella puso una botella de champagne en la heladera antes de tomarse el día y salir de paseo para que él (con cuidado de no dejar un cuadro demasiado tétrico) pusiera fin a sus días, intuían que ella acabaría por imitarlo.

Del lado francés, si hay que buscarle una paternidad a esta “decadente feliz” (según su definición), es sin duda del lado de Sade. Gabrielle (née Ménardo) era aún una niña cuando el librepensador que era su padre decidió privarla de escolaridad.

Un día, la llevó frente a su inmensa biblioteca y le dijo: “Aquí no hay nada prohibido. Fórmate”. “Empecé a leer cuatro horas diarias. Mi padre me obligó desde chica a pensar por mí misma. No he estado programada para formar parte de las masas”, le gustaba explicar a Wittkop.

Hija de una escritora rusa fallecida tempranamente, ignorada por el padre, Gabrielle fue criada por una negra de Martinica. Confiesa que sólo el divino marqués, Voltaire, La Mettrie, Holbach y Condillac la salvaron de la soledad y el autismo.

Durante la Segunda Guerra, esta proclamada lesbiana y misógina conoció a Justus Franz Wittkop, un homosexual y desertor alemán 22 años mayor que ella. Vivieron juntos cuatro décadas. “Nos amamos como dos amigos. Nuestra unión no fue convencional, fue una alianza intelectual. Nos contábamos todas nuestras aventuras.” Y cuando se aburría de la sociedad de Bad Hombourg, Frau Wittkop viajaba sola por Tailandia, Sumatra, Brasil o la India, escribiendo reportajes para el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Durante una estancia en Bombay, vivió otro idilio intelectual con Christopher, también homosexual, que murió apuñalado en un prostíbulo de la capital india. Wittkop se basó en él para crear al héroe de El necrófilo. Luego, en su novela La muerte de C. (“mi libro más hermoso”), evocaría diversas hipótesis para esclarecer su homicidio.

Gabrielle Wittkop honró hasta el final sus valores libertinos, “una posición filosófica que excluye cualquier autoridad moral o religiosa”. Su editora francesa informó que, pocos días antes de suicidarse, la escritora la llamó por teléfono y le anunció: “Voy a morir como viví: como un hombre libre”

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